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20071029

Deportes para minorías

La cosa esa del deporte es algo propio de personajes cuyas neuronas (en caso de tenerlas) nadan en un mar de cerveza caliente. El deporte es malo. Juegas un partidillo de futbol con los amiguetes y al día siguiente te sientes como si las hordas de Atila hubieran cabalgado sobre tus riñones. Decir que tienes agujetas es un eufemismo porque le deberían llamar 'agujas' directamente. Yo no me conformo con practicar cualquier menudencia de deporte y, mucho menos, ejercicios masoquistas que te dejan p'al arrastre. Tiendo a evitar las aglomeraciones donde huele a sobaco sudao. Nada de estadios abarrotaos donde los alaridos vienen acompañados de un insoportable olor a frankfurt con mostaza. De ahí que mi deporte favorito sea… el TIRO AL PLATO. Un deporte de minorías con un gran prestigio intelectual.
Entre todos los deportes patéticos habidos y por haber sobresale por su plasticidad y utilidad social. Es un auténtico placer liarse a tiros con todas esas vajillas volantes. Naturalmente, la fábrica Porcalanosa no da abasto para surtirne de platos, de modo que he comenzado también a hacer prácticas con vinilos de Georgi Dann, Abba y stocks de discos incatalogables y, por supuesto, descatalogados. Como último recurso se puede dar buena cuenta de todos los cd’s cutres de Joaquin Sabina, Camela y Mari Carmen y sus muñecos que todavía quedan en las gasolineras españolas.

[Sólo como curiosidad: el tiro al plato es más antiguo que el futbol. Nació en 1880 ante la necesidad de sustituir los pichones en los ejercicios de tiro, pues resultaba caro. Los pichones costaban un huevo de criar y además escapaban casi siempre...]

20071013

Roma

Roma es una serie de televisión coproducida por la BBC y la HBO, estrenada en 2005. Sin duda es la mejor serie que he visto en TV en muchos años. Los doce capítulos los he devorado con apetito antropófago: tres veces en un año.

Primero, por la exquisitez y realismo de los escenarios, vestuarios, etc. Segundo, por la extraordinaria caracterización de los personajes. Tercero, por una impecable puesta en escena que te hace vivir la puta realidad de la época. Cuarto, por los excepcionales actores que interpretan al propio César, su sobrina, Marco Antonio, su ayuda de cámara y los dos soldados, Tito Pullo y Lucio Voreno. Quinto, por un guión lleno de complicidades que te sitúa de forma perfecta en realidades sociales muy complejas. Es una serie que deja estupefacto a todos cuantos hemos leído muchos libros de romanos. El REALISMO es total y absoluto. Nunca antes se había reflejado la historia de forma tan fidedigna. Roma es la serie que Roma se merecía.

Cuando era pequeño me acostumbre a ver a Richard Burton vestido de romano, pero se veía bien claro que era Richard Burton. De hecho, mi madre no decía: "Mira, es un romano". No, decía: "Mira, es Richard Burton". Por supuesto, sólo le faltaba el martini on the rocks tintineando detrás del peaso de anillo que llevaba en el dedo mayor. Tony Curtis aún era peor porque antes de llevar una coraza de cuero repujado había hecho "Con faldas y a lo loco" y su leyenda romana estaba llena de ostras y caracoles. Kirk Douglas era demasiado irlandés para hacer de Espartaco. En resumen, aquellos romanos eran unos tipos que llevaban la capa a la tintorería cada semana y se bruñían la armadura con Netol.

Por suerte, pude ver una versión cutre de la conquista de la Galia por parte de César, muy acertadamente titulada "Julio César", de cuyo autor no puedo acordarme. No obstante, aquella película hizo que me interesara por el mundillo romano. ¿Quienes eran aquellos romanos? ¿Quién era Julio César? Digamos que no me maté de forma inmediata en investigar el asunto. Tenía cosas mejores que hacer. Pero los putos romanos insistían en reaparecer. Esta vez, clavando en la cruz al padre de todos los super-héroes. En pleno proceso de captación de jipis por parte de la Iglesia Apostólica y (justamente) Romana, los malvados italianos clavaban en la cruz a Jesulín en "Jesus Christ Superstar". La verdad es que ver dos monjas entrando de estranquis en el cine no me ayudó a condenar el terrorismo. Me preguntaba más bien cual era el motivo de tanta crueldad.
La respuesta llegó a los pocos años. Se estrenó en televisión una magnífica serie de la BBC llamada "Yo, Claudio" que no sólo se basaba en los romanos de los cojones, sino que planteaba sutilezas intelectuales-tales como la necesidad de que todo el mundo piense que eres tonto para sobrevivir. Es genial: hay que ser muy listo para que todo el mundo se piense que eres tonto. Fue justamente en ese momento que comencé a admirar a los romanos. Francamente: las intimidades romanas, glosadas en papiro por miles de cronistas con nombres y apellidos, dejan en pelotas a "Salsa Rosa". Los putos romanos son los inventores del periodismo, hasta el punto que hoy en día se puede reconstruir una biografía ficticia de cualquier personaje de la época al detalle.

Después de ver esta serie, mis ansias por conocer más de estos romanos comenzaron a ser insaciables. Así que comencé por empollarme todas las enciclopedias que había por casa. No saqué nada en claro, así que me fui hacia lecturas un poco más sintéticas como, por ejemplo, "La Historia de Roma" de Indro Montanelli. Ahí me encontré con un mundo que no dejaba de ser como el actual. Un capitalismo salvaje en perpetua evolución dominaba el mundo y, lo curioso del caso, es que todo el mundo quería la ciudadanía romana, de la misma forma que todo el mundo quiere hoy la nacionalidad de cualquier país de la UE.

A lo largo de los años, los romanos volverían a aparecer en mi vida. A finales de los años 70, con una parodia a cargo de Monty Phyton que dejaba claro que los judíos pueden desesperar hasta al más paciente de los conquistadores. A mediados de los años 80, con una serie llamada Quo Vadis, que contaba con la participación de Ángela Molina. Seguían pasando los años y la industria del celuloide nos seguía ofreciendo historias de la gran Roma. "Gladiator", por ejemplo, donde la única escena real que hay es al principio. Marco Aurelio dirige una campaña en Germania donde los bosques que sirven de refugio al enemigo son bombardeados con proyectiles de brea incendiada. Del resto, mejor no hablar. No hubo un general caído en desgracia que acabó convertido en gladiador. El cruel hijo de Marco Aurelio, Cómodo, no murió en la arena del circo a manos de un general vengativo, sino envenenado por una conjura del Senado. Durante una década he podido ver al menos dos teleseries dedicadas a la vida de Julio César, una de ellas protagonizada por Timothy Dalton. Curiosamente, en ninguna de las dos tienen la decencia de presentar a César con uno de sus rasgos más característicos: la calvicie. Tanta falta de rigor histórico me pone de los nervios. Menos mal que a los fans de los romanos nos han alegrado la vida por fin.
Esta genial serie de TV sólo tiene un defecto. Quienes la han producido lo saben, pero se han dado cuenta muy tarde. Los doce capítulos que hemos visto por TV no eran la primera temporada, sino la segunda o tercera. La vida de Julio César empieza mucho antes de la conquista de las Galias. Empieza incluso antes de su nacimiento. La serie debería haber comenzado en la guerra civil entre su tío Mario y el dictador Sila. Desde luego, Cesar no tuvo un solo minuto de aburrimiento en su vida. El entertaiment empezó desde el primer minuto de su gestación y continuó durante su infancia y su juventud. El dictador Sila le obligó a separarse de su primera mujer, a lo cual él se rebeló. Huido de Roma fue capturado por unos piratas a quienes se les tuvo que pagar un rescate. Julio, ni corto ni perezoso, trabó muy buenas relaciones con el rey de Bitinia. volvió al islote y crucificó a todos los piratas. Fue una demostración de como las gastaba, pero su aventurita con el refinado rey de Bitinia fue pasto de la prensa rosa de la época. Cuando fue llevado ante la presencia de aquel viejo decrépito, le plantó cara. Sila se vio obligado a dejarle en libertad, pues el joven César contaba con muchas simpatías entre la aristocracia, aún admitiendo que estaba incubando una serpiente que destruiría el mundo que intentaba conservar con puño de hierro. A veces nos tenemos que poner de rodillas ante la fatalidad. Y la fatalidad de los multimillonarios romanos tenía un nombre: Julio César.
Este tío era un puto genio. Aparte de inventar el calendario de doce meses que hoy conocemos (cosa que hizo entre campaña y campaña), tiene en su haber una de las gestas militares más brillantes de la historia. No caigamos en el error de glorificar los golpes de Estado, pero es que el asalto al Estado por parte de César era una disyuntiva donde sólo cabía la huida hacia adelante (Comparaciones con FF, no, gracias) César es un ejemplo de audacia y talento político y militar. Si sólo tienes una doble pareja, hay que sonreir un poco y engañar al contrincante. Todo sea por la causa. El caso es que el joven César formaba parte de los patricios, casta que manejaba los designios de un monstruoso imperio que había conquistado Hispania y Grecia y contaba con legiones de esclavos trabajando por un plato de potaje diario. Sólo tenía un problema: su familia era noble. Noble, pero arruinada. Y para postre, su tío Mario había sido el único capaz de enfrentarse al dictador Sila. Como único descendiente varón de Mario, Julius era observado con lupa por parte de la aristocracia. Le consideraban un peligro latente.

Julius se vio obligado a disimular durante toda su juventud. Como formaba parte de la nobleza, le correspondía participar de los beneficios politicos propios de su clase. No obstante, para librarse de las sospechas de sus poderosos enemigos, practicó el arte de la discrección. Optó tan sólo a puestos irrelevantes, como el de Sumo Pontífice. La carrera dentro de las órdenes religiosas le ahorraba suspicacias, pero no le impedía iniciar algún día una carrera política. Pero ni así conseguía librarse de ser señalado como enemigo por parte de sus "amigos" aristócratas. En un alarde de genialidad, César se mimetizó en un dilentante de la vida social, amante de la frivolidad y el glamour, capaz de llevar la toga con una elegancia digna del "Vogue". Es una suerte que no existiera un "Hola!" en latín, porque hubiera estado en portada todas las semanas. Mientras tanto, fue labrándose buenas amistades, como la del banquero y militar Craso, quien financió gran parte de su carrera hacia el consulado. Un día, el retirado dictador Sila (que no obstante lo había dejado todo "atado y bien atado"), feneció en su bañera. César se libró de su principal lastre, pero no de continuar en el punto de mira de una aristocracia que cada día desconfiaba más de él. Y tenían razón en hacerlo, pues un "noble" que vivía cada día más acuciado por los créditos, que lanzaba guiños a la plebs a diario (plebs = proletariado urbano en el paro por causa del exceso de esclavitud) no tenía pinta de ser un gran aliado. Aún así, no pudieron impedir que César acabara optando al Consulado, cosa que consiguió gracias a las continuas inyecciones de su amigo, el banquero Craso. Por un tiempo, lo enviaron de gobernador a Catalunya, donde sometió a las dos tribus íberas que todavía continuaban tocando los huevos.

A su regreso, César se vio obligado a practicar un consenso similar al de la Transición Española. Pactó una inteligente y MUY ASTUTA alianza entre los poderes fácticos. Entregó a su hija Julia en matrimonio a Pompeyo el Grande (adalid militar de la aristocracia) y unió a su amigo BBVA-Craso a un triunvirato que venía a restablecer el equilibrio político entre milicia, banca y pueblo. Y es que César tenía a la plebs en el bolsillo. ¿Demagogo? Si, pero sumamente inteligente. Sus enemigos entre las clases pudientes crecían en número día a día. Pero la araña ya había tendido su tela. A regañadientes, tuvieron que entregarle el control de la Galia Cisalpina, a sabiendas de que, a pesar de que le alejaban de la ciudad, le entregaban un poder mortífero. César no lo desaprovechó. De forma inmediata comenzó a mediar de forma artera en las disputas entra las diferentes tribus galas que había más allá de su frontera. Una incursión sospechosa de los helvecios (tribu de la actual Suiza) le dio el pretexto perfecto para inmiscuirse en las disputas de las infinitas tribus de la Galia. Y de mediador pasó a ser árbitro. Y de árbitro pasó a ser actor principal. Mientras tanto, la aristocracia romana pasaba del temor al pavor. El "pobre" noble César se estaba forrando con el botín de sus guerras galas y pasaba de ser un "peligro potencial" a ser un "peligro real". En más de una ocasión, su gran enemigo Catón, miembro de una de las más severas familias romanas, llegó a pedir su destitución como gobernador de la Galia Cisalpina, pero César se lo pasó por los huevos. El Senado, que había dado su aprobación anteriormente a las mismas conquistas sanguinarias, esta vez puso veto a una guerra que consideraban "ilegal" e "inconstitucional". Claro, claro: esta vez la conquista a sangre y fuego no era a su favor.

El caso es que César se lo volvió pasar por los huevos y desoyó de forma muy educada los mandamientos del Senado para que depusiera las armas (es decir, para que dejara de acumular capitales para caer sobre "su" Roma como un ciclón) A los pobres Astérix y Obélix, por más que os hayan contado lo contrario, les llovían los palos por doquier. Inopinadamente, pues ninguno de los dos sabía que su guerra era una "consecuencia colateral" de las brutales tensiones por el poder y la desigualdad social de una ciudad en el centro de Italia. Cesar no tenía más salida que la huida hacia adelante. En lugar de claudicar ante las exigencias de un sistema caduco, salía cada día de un nuevo atolladero. Y lo malo es que los enemigos no sólo los tenía en Roma. No, el pueblo que de forma "colateralmente injusta" estaba conquistando (los galos) se alzaba en armas de forma rigurosa contra él. Utilizando métodos de consenso en plan transición española, un caudillo auvernio llamado Vercingétorix (que no era primo de Obélix) había conseguido la inconmensurable proeza de unir a todas las tribus de la Galia para detener la ofensiva romana anti-romana de César. En el Senado, los aristócratas romanos se frotaban las manos, aplaudiendo la iniciativa de Vercingétorix. Era el fin de su película de terror. Pero César les volvió a dar por culo a todos con el GENIAL sitio de Alesia!!!!!


Pongámonos en situación: Vercingétorix ha unido a unas cuantas tribus de la Galia y ha jugado a las escaramuzas con los romanos, no lo suficiente para poner a César en retirada. De modo y forma que se ve obligado a huir y parapetarse en la ciudad de Alesia, una fortaleza inexpugnable rodeada de unas murallas de dos cojones. Vale, César va para allá y sitía la ciudad. En su interior hay como 30.000 galos armados hasta los dientes. Pero tienen un problema: las provisiones las tienen que compartir con la población civil, de modo que el cerco de los romanos comienza a ser bien pronto un problema logístico. Pero a Vercingétorix le queda un as en la manga: enviar un SMS al resto de las tribus galas que están bajo su mando para que ataquen la retaguardia de los romanos. O sea: la situación de César no puede ser más desesperada. Con unas pocas legiones que suman apenas unos 23.000 hombres ha de cercar un perímetro de una ciudad amurallada defendida por 30.000 guerreros temibles... No solo eso, en breve espera la visita de un ejército de 100.000 guerreros ardientes. ¿Mola? ¡No!
Remedio: mientras las fuerzas convocadas por Vercingétorix acaban de llegar al lugar de autos, César ordena construir una empalizada doble. Una interior, alrededor de los muros de la ciudad de Alesia, lo que dejaba doblemente exhaustos a los habitantes de la fortaleza y a sus tropas. Otra, exterior, que le guarnece de las fuerzas que aún estaban por llegar, con puestos de vigilancia cada 50 metros. O sea, Cesar se había encerrado en un anillo inexpugnable que sirvió para acabar con la paciencia de los sitiadores y las provisiones y la resistencia de los sitiados. Nunca jamás en la historia se ha visto una muestra de talento semejante. César, en una situación de doble sitio, se había encerrado en un anillo que le hacía amo de la situación. Todo ello con unas obras de ingeniería que acabaron por desquiciar a los galos. Los de dentro bien pronto tuvieron que hacer salir de la ciudad a los civiles. A los de fuera los mató la impaciencia. El resultado fue que César había pasado de ser el simple gobernador de una provincia a controlar un Imperio capaz de enfrentarse a Roma.


Como se puede comprobar, había muchos hechos que relatar antes del punto de arranque de la serie. Podrían haber planteado el guión como una historia que narra el fin de la República y el nacimiento del Imperio, lo cual habría dado para hacer tres temporadas o cuatro. Al parecer, a principios de este año se estrenó en USA la segunda temporada, centrada en las aventuras de Pullo y Voreno junto a Octavio, el heredero de César. No está mal, porque las batallitas continuan, esta vez contra un Marco Antonio alcoholizado que ha caido en las garras de Cleopatra. Si acaban la serie justo en el momento en que Octavio se convierte en el emperador Augusto, "Yo, Claudio" sería la tercera temporada de "Roma", pues narra los hechos de los años sucesivos.