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20150111

Bon voyage, señora Francis

Querida Elena Francis. Este verano me han salido unos granitos en la sotabarba y tengo que llevar un pullover de cuello alto. Estoy desesperada... ¿que puedo hacer? ... Señora Elena Francis: Una compañera del trabajo se los ha puesto a su marido con un camionero que llevaba melones a Alicante... ¿Debo hablar? ¿Debo callar? ¿Se los pongo yo también? ... Etc. Etc. Este era el estólido contenido de las cartas que cientos de marujas residualmente formadas en el catecismo de la sección femenina del Movimiento y las novelas de Corin Tellado enviaban al consultorio femenino de la señora Francis (derecha) Todo el mundo sabía que la Francis era sólo una imagen de marketing, una proyección astral o una de esas fotos fantasmagóricas de la nave del misterio, pero aún así le seguían enviando cartas. El tonillo epistolar y la respuesta paternal de la Gurú eran un auténtico suplicio para mis oídos adolescentes. A la hora convenida, las marujas del trabajo vertían sus uñas esmaltadas sobre la radio y sin contemplaciones quitaban mi emisora de música heavy para poner el truño de programa de esta monja abismal. Yo odiaba a muerte a todas aquellas futuras matronas, ignorantes de sujetador blindado, que buscaban con ahínco un manolo español que les inseminara la matriz con un par de rorros de 5 kilos, no sin antes comprarles los muebles de cocina en el Tajo Inglés. Comenzaba el programa con Indian Summer una cancioncita cursi de de los años 30. Las voces gangosas que la interpretaban, parecían decir Sanders en lugar de Summer...". Yo me partía porque Sanders era el nombre de un pienso para animales que anunciaban por la tele y comenzaba a canturrear delante de ellas: "Sanders, yo también cómo Sanders", pero aquellas pelandruscas extrarradiales no entendían un humor tan corrosivo. ¿Para qué? De hecho, es un rasgo distintivo de los garrulos: las sutilezas no están al alcance de su minicerebro. En ese momento, comencé a odiar a aquellas futuras incubadoras de canis. Y por supuesto, a la zorra de la Señora Trancis.

La España de los 80's contempló la aparición de una juventud iconoclasta que cantaba canciones como Me gusta ser una zorra o El video que mató a la estrella de la radio (muy adecuado), una juventud que no estaba para consejos de belleza de la conferencia episcopal. Los temillas pop tocaban de lleno incluso a la propia Francis, con odiseas de mujeres frustradas y sus novios amuermados. Las fragonetas de correos que le llevaban la correspondencia a la Señora Trancis ya no iban tan llenas como antes. Incluso se comenzó a rumorear que la tipa en cuestión era en realidad... ¡¡un cura!! Sí, se llego a decir que todo el programa, de cabo a rabo, era obra de uno de esos tíos con falda que da consejos prematrimoniales y se hace llamar Margarett Astor en la intimidad. La señora Trancis había muerto. Snigg. (RIP + 1984 -aprox)

La verdad es como un cadáver en un lago: siempre acaba saliendo a flote. El programa no estaba escrito ni por la meretriz matriarcal de la foto de arriba ni por un fraile amante de la crema de pepino. No, el autor intelectual del truño era el "cronista taurino" Juan Soto Viñolo. Poco después de la prohibición de las corrridas en Catalunya anunció que abandonaba el país porque no podía soportar la vida sin contemplar machotes en leotardos matando toros. Por supuesto se trataba de puro chantaje moral, la típica añagaza hipócrita propia de la bajeza taurina. Se autoexiliaba al sur de Francia, donde podría seguir "disfrutando" de sus carnicerías favoritas, en una alegoría freudiana de quienes tuvieron que viajar a Perpignan, en los últimos compases del Francismo, para poder ver El último tango en París. Afortunadamente, la democracia ha puesto las cosas en su sitio. Hoy, la mantequilla es legal en Catalunya y las ejecuciones públicas de bovinos no lo son.