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20121124

J. Edgar, la película de Eastwood sobre la señorita Hoover

Impresentable película dirigida por Harry el Sucio, estrenada el pasado 2011. Afortunadamente pasó desapercibida, cosa lógica porque es un truño infumable. Yo pensaba que Clint era un director con sello propio. Al menos eso es lo que la publicidad había conseguido colar en mi subsconsciente. Pues me parece a mi que de eso ná de ná. Esta película, plagada de un sentimentalismo siniestro, proyecta admiración hacia un personajillo funesto, es una distorsión intolerable de la realidad histórica y no hace sino demostrar que Norteamérica es una sociedad neurasténica, histérica y deforme.

La película se basa en una parte de la vida de J. Edgar Hoover, director interino, vitalicio, eterno, honorario y fundador del FBI. Durante 48 años estuvo al frente de la célebre oficina de investigación federal que sale en todas las pinículas de Hollywood. Y digo "una parte" porque el film se centra sobre todo en la aburrida vida sentimental de nuestro hombre, por llamarlo de alguna forma. Puede resultar extraño que un funcionario de una oficina gubernamental permanezca tantos años en su cargo, pero es que Hoover era un psicópata muy listo. De hecho, la creación del FBI no fue del todo una decisión del gobierno, sino una necesidad del propio Hoover, quien durante muchos años se erigió en guardian de la moralidad, rectitud, honestidad e ideología de todos los norteamericanos. En esencia, lo que hizo este muchacho fue montar un poder paralelo al legalmente establecido y se hizo invulnerable mediante un sofisticado tinglado de chismes e información privada. No había nada que se escapara a su control. Tenía los EEUU infestados de micrófonos. Era capaz de enterarse de si un tipo se tiraba un peo en cualquier momento. Especialmente, se cebaba en aquellos que podían suponer una amenaza para él.

Naturalmente estamos hablando -una vez más- de un tipo que tenía a su madre en un altar, un perturbado que cuando se dio cuenta de que no le gustaban las mujeres lloró desconsoladamente en el hombro de su mamá. Recordemos que hay que desconfiar inmediatamente de los tipos cuya mente enferma confunde a su "santa Madre" con la Virgen María. Generalmente se suele tratar de sujetos con síndrome de "salvador", y Hoovie es un gran ejemplo de ello. Primero intentó salvar a la nación de una "amenaza comunista" que él mismo se encargó de dramatizar a través de su departamente de relaciones públicas. Luego obtuvo un discreto éxito contra el pistolerismo, matando a varios gangsters. La publicidad sobre sus hazañas salía hasta en las cajas de cereales y todos los niños querían ser Hombres G, es decir, agentes del FBI. Después, a pesar de su más que patente homosexualidad, comenzó a perseguir a todos los homosexuales de los EEUU con la precaria excusa de que podían ser vulnerables a la ideología comunista. Los años 30, 40 y 50 fueron para él una edad dorada. Su máquina de acumular información privada sobre todos los personajes influyentes de la nación, a los cuales podía someter a un continuo chantaje, funcionaba a las mil maravillas.

Llegados los años 60 Hoover se encontró con un problema. Es decir, se encontró con Robert Kennedy, que los tenía muy bien puestos. Pero ni el fabuloso fiscal general del Estado, y hermano de JFK, consiguió que la señorita Hoover se bajara del burro. Rápidamente, el sempiterno director del FBI sacó a colación unas cintas de magnetófono que guardaba como oro en paño. Habían sido grabadas en 1942 en una habitación de hotel donde JFK se había tirado a una periodista danesa que durante la guerra los servicios de inteligencia consideraron una potencial espía nazi. Aquello era muy compremetedor, así que los hermanos Kennedy decidieron dejarlo en paz. No se sabe si este tipejo pudo tener alguna conexión con la trama de gusanos que acabó con la vida del presidente en Dallas, pero no sería de extrañar.

Lo curioso del caso es que el guardián de la moralidad de la nación estaba ya de mierda hasta las cejas. Era adicto al juego y el crimen organizado conocía sus más recónditos secretos. Qué paradoja.  Hoover llevaba cuarenta años haciéndose publicidad a si mismo y nadie sabía como acabar con su poder. Su FBI era una supergarrapata adosada con fuerza a la estructura del Estado. Uff, la de dictadores que habrán soñado con permanecer en la poltrona más años que Hoover. Pero se estaba haciendo viejo y comenzaba a declinar. Y su declive definitivo, como no podía ser de otra forma, vino cuando se encontró con otro psicópata de mayor envergadura que él.
Lo habéis adivinado. Se trata de Dick el Embustero, un tipo que no se sabe por qué sórdido misterio no está en la misma lista que Hitler, Stalin, Pol Pot y Jack el Destripador. El caso es que Nixon enseguida fue a por la señorita Hoover, que estaba supercascada, y le exigió la entrega de todos los documentos, chismes, fotos y cintas grabadas que guardaba en el sótano. Se comió una mierda, porque el otro decidió palmarla de inmediato y [antes] le ordenó a su lealísima secretaria que lo destruyera todo metódicamente. Seguro que Nixon lo necesitaba porque ya estaba preparando su gran operación de espionaje, después conocida como Watergate.

Hay que tener mucho cuidado con las peliculas norteamericanas porque intentan una visión sesgada de personajillos que no tienen ningún lado humano. Más que ver la pinícula del Eastwood es mejor que veais un documental de National Geographic donde esta tigresa sale muchísimo mejor retratada.